lunes, 16 de enero de 2012

Como hilos cruzados.

Así es como puedo explicar yo la vida de las personas en general. Así, en particular, la tuya y la mía.

A veces, una ruptura, de cualquier tipo, hace que esos dos hilos simplemente consigan discernir, cada uno por su lado. Así cuanto más se desmadejan, más se alejan, quizá valga la rima. Otras veces, las más comunes, éstos hilos consiguen separarse, pero no dejan de avanzar de manera perpendicular. No importa si es debido al entorno, o a el subconsciente, no consiguen alejarse más que unos milímetros. Lo realmente difícil de la situación es que no vuelvan a enredarse entre si. Cuando uno de los dos flaquea, y se acerca demasiado, el otro sufre una atracción, que nada tiene que ver con la magnética, que le empuja a querer volver a anudarse. Y ahí, es cuando se ha de encontrar la fuerza, o la valentía, o la voluntad para no volver a hacerlo. Tiene que ser el timón del otro, desde la distancia. Para que no vuelva a suceder.

Quizá ambos hilos sepan perfectamente que los nudos que se han dejado atrás son imposibles de deshacer, y aún así, como tontos, añoran volver a hacerlo. Aunque sepan que cuanto más se anuden, más débiles se vuelven. Porque en realidad las personas somos, por ende, dependientes.

Relaciones humanas comparadas con una gran madeja de encaje de bolillos. Ni siquiera se me dan bien las metáforas.

lunes, 5 de septiembre de 2011

shoot-a-head.

Llevo varias noches dándole vueltas a la cabeza, a la manera en la que podría comenzar y terminar ésta entrada. Debería ser especial, para un blog que ya hace tiempo que cayó en el olvido. Y sin embargo, no será especial, ni tendrá aquella esencia que solía tener. Será una entrada plana, como las que estén por venir, porque eso es lo que soy yo ahora. Plana, e incircunstancial.

Y es difícil comenzar a escribir cuando me desvío del tema por el cual había decidido volver a abrir éste blog. Pero tiene que ser aquí donde lo haga, porque es aquí donde dejaba mis pensamientos tétricos, mis comeduras de olla, y mis tonterías, en definitiva.

Y la cuestión es, ¿porqué todos muerden la pistola para pegarse un tiro en la boca? ¿Nadie les ha explicado que las pistolas tienen algo de retroceso? Aunque en aquellos momentos, ciertamente poco les tiene que importar que los dientes se mellen. Pero, ¿qué hay del vive deprisa, muere joven, y deja un bonito cadáver? Es probable que si cerrasen la boca, al pegarse el tiro, los dientes se partieran en pedacitos, y se hundieran en la carne de alrededor. ¿Podría haber un cadáver más bonito que el agujereado de lado a lado del cráneo, con un recubierto de pedazos diminutos de diente incrustados?

A eso habría que añadirle, si lo pensamos a cámara lenta, la manera en que la bala quizá podría desgarrar la lengua, camino hacia la garganta, en ésta, rozase, o quizá incluso reventase la campanilla, y terminara por atravesar el comienzo de la columna vertebral, el cerebelo, y por último, y de pasada, el cerebro, cráneo, y meninges. Si la pistola tuviera ángulo de inclinación, claro está. La bala saldría, de manera casi limpia, por la nuca, y terminaría por estrellarse contra algún lugar del escenario, quedando en el olvido, aparentemente.

Y todo ello, formaría un casi perfecto agujero de lado a lado de la cabeza, y una gran salpicadura de sesos, sangre, y hueso.

Ni tan siquiera sé si estoy siendo demasiado gore. Nunca antes lo había sido, y tampoco se me da bien serlo. Sólo, era un tema que me reconcomía por las noches.

viernes, 22 de abril de 2011

Rompe.

Uno de los fluorescentes que iluminaban el mohoso pasillo parpadeó, emitiendo un leve titileo, en el momento en el que dos figuras corpulentas, y de uniforme, sacaban de la celda a un tercero. Uniformado de diferente manera, el hombre caminó cabizbajo hasta quedar fuera de la habitación enrejada. En ese momento, maniatado por unas esposas, y flanqueado por los dos corpulentos trozos de carne uniformada, el condenado alzó la mirada, fijando la vista en la puerta del final del pasillo.

Su mirada ya no expresaba emoción más allá del hastío.

El pánico, la desesperación, y el desgarro interno, habían desaparecido de un plumazo, en el momento en el que había comprendido la realidad. Como si alguien, quizá incluso él mismo, hubiera reventado la burbuja en la que era posible que aquello no estuviera pasando.

Hastío, pero también un deje de determinación. Que aún incluso en el lugar más decadente de la tierra, se le recordara con un mínimo de dignidad.

A medida que caminaba, entre las celdas contiguas a la suya, se clavaban en él miradas. Algunas, desafiantes, mas, sin embargo, la gran mayoría de desolación. Como si la persona que atravesase en aquellos momentos los pasillos, fuera casi un hermano. Y de hecho, allí dentro lo era.

Cuando el reo paró frente a la puerta, uno de los gorilas de uniforme la abrió, y, como si de una coreografía previamente ensayada por las tres figuras se tratase, entraron, en un estricto orden, uno por uno, dejando al condenado en medio. Como si, aún a aquellas alturas, fuera posible escapar de la inminencia.

La sala en cuestión, circular, y con las mismas paredes mohosas que los pasillos, estaba únicamente iluminada por un pésimo fluorescente, y frente a la silla, se hallaba una cristalera, que, insonorizada, al menos en parte, dejaba ver una antesala, destinada a los espectadores de tan horrible espectáculo.

Como si de una presentación teatral se tratase; casi como si se introdujese a un aspirante a persona de entretenimiento, alguien voceó una serie de números que allí dentro habían pasado a sustituir lo que algún día fue su nombre. A aquello había quedado reducido, después de todo. Números.

Uno de los gorilas le acompañó hasta la silla, ayudándole, casi con camaradería, a sentarse sobre el frío metal, y comenzó a abrochar los goznes que sujetarían sus extremidades. El reo contempló frente a él, sólo separado por el cristal, más de una decena de caras, que mantenían la mirada clavada en la suya. Patéticamente, ni tan siquiera una le fue conocida.

Cuando el hombre de dimensiones exageradas terminó de atarle de brazos y piernas a la silla, la burbuja que creía explotada, donde se había conservado todo el pánico que parecía desaparecido, volvió a formarse en su interior. Pegó tirones con sendos brazos y piernas, quedando comprobado cómo las ataduras eran perfectamente eficaces, y echó un rápido y desesperado vistazo a su alrededor, en el momento en el que alguien desde detrás cubría su cabeza, dejándole en semi penumbra.

Varios días atrás, alguien, que le había explicado los procedimientos a seguir con cautela, como quien sigue las indicaciones de un prospecto, le contó que habían de cubrir su cara, debido a que las descargas tienden a deformarla, y la posibilidad que existía de que se mordiera la lengua, hasta hacerla sangrar. Y todo aquello se lo contó, al condenado, con una pasividad digna de alguien cuyo trabajo no supone un esfuerzo en lo más absoluto.

El reo, que había escuchado al hombre casi con desdén, recordaba en aquel momento sus palabras de manera palpitante, casi estridente. Una voz desde detrás comenzó a leer uno por uno los crímenes por los que se le condenaba, y la condena acaecida, mientas el otro cerraba con firmeza alrededor de su cuello la bolsa de tela que cubría su rostro.

Y en aquel momento, el reo se sintió más indefenso que nunca. Como un león acechado por otros de su misma especie, por el simple hecho de haber salido a cazar solo.

Y sin previo aviso, (o quizá con él, el condenado jamás llegaría a saberlo), sintió una sacudida, la sensación más violenta que el reo, ahora conocido por una simple sucesión de números, hubiera experimentado a lo largo de toda su vida.

Su cuerpo, estremecido, se inundó a la vez de un calor desgarrador, y un frío lacerante, distinto a cualquier sensación experimentada con anterioridad. Las descargas, directamente sobre su columna, agarrotaban sus músculos, hasta fragmentarlos, y comprimían sus huesos, en tensión.
Y sin embargo, el tiempo pareció ralentizarse mientras su cuerpo se sacudía con violencia, únicamente frenado por las ataduras que le mantenían sujeto a la silla.

Y entonces pensó, con más lucidez que nunca, en la hipocresía de aquel acto, y lo gracioso de su situación.

Y el reo, mientras aún convulsionaba sobre la silla, rió. Estalló en carcajadas silenciosas, que le desgarraban la garganta, aún incluso cuando los dos policías, dándole ya por muerto, desataron su cuerpo, y se le llevaron en camilla. Aún incluso entonces, el condenado continuó riéndose, mientras, a través de la triste tela que cubría su cara, veía pasar, uno tras otro, los fluorescentes del techo, de aquel pasillo mohoso.

jueves, 23 de octubre de 2008

17.04

Sujeto A: (A un telefonillo) Sí mamá, como no funcionaba, lo he vendido..
Sujeto B: (Desde el telefonillo) Pero hijo, ¡que el saldo se recarga!



Totalmente verídico.

Madrigal.

Y hoy, después de hará un mes escaso, he vuelto a pisar aquellos pasillos, siempre oscuros. Enfrente de dirección, donde esperaba sentada llorando el resultado final, si definitivamente me iba, o, si por el contrario, pasaba otro año más en aquel.. ¿infierno? No, ahora ya no lo es. Deseaba desaparecer de allí, empezar una vida nueva en donde fuera, y dejar todo lo malo en aquel maldito colegio. Pero ya no. A pesar de jurar no añorarlo nunca, he vuelto. ¿Y qué? Silencio en los pasillos. Y de vez en cuando, algún estallido de risas al otro lado de éstos. Era un buen sitio. Se estaba agusto. Son ese tipo de cosas de las que no te das cuenta hasta que no se acaban. Las personas a las que antes debía un "respeto" (el cual les perdimos, la confianza lo rompió) nos han recibido, sonriendo. Porque ya no somos sus niños, ahora, sólo somos un recuerdo en sus memorias como profesores. Dicho así parece trágico, aunque yo creo que es bonito.
El miércoles volveré. A recoger cosas. Después... Después, seguirá mi nueva vida adelante.

Creo que a pesar de 10 malos años... Ya hecho de menos mi colegio. (Y, por consiguiente, y como siempre, mi infancia.

viernes, 10 de octubre de 2008

Indiscutible, de cada uno, no hay intención posible de molestar. No importa lo que digamos, o cómo lo digamos, porque, coincidencialmente, todos decimos lo mismo. Todos queremos estafar a niñatos para que se gasten su dinero, si aún lo haces, es porque crees en ello. Eres un jodido cabrón.
"Yo supe que nadie iba a comprender tu musica
pero tu no me hiciste caso,
yo te dije, no te vistas en color rosa"

Hey, cuando sobran en el mundo tantas bandas ¿Para quién es momento?
MARK CHAPMAN!
Hey, cuando todos parecen absurdos, él diluirá la manada, señoras, y señores:
MARK CHAPMAN!
Ahora, no hay corazón, no hay miedo, todos lloramos la misma lagrima de siempre... No me mires así, no soy yo quien los dirige, simplemente estoy el primero, y ellos me siguen... Algún otro cabrón, sin las suficientes pelotas, o cojones para tomar las riendas , y usarlas. ¿Porqué algo tan obio es tan elusivo? No hay nada en el menú que se convierta en abusivo. Soy parte del problema, no la solución. Sólo soy un prisionero, en la misma carcel que tú,solo espero unos zapatos nuevos, éstos están ya obsoletos. Realmente, nadie nos va a hechar de menos.
"Yo te dije, no debes de firmar con una compañia de discos tan grande,
ellos no te aprecian, yo no creo en ti"

No puedo decir, ¿Solamente soy yo? O es que todos nos parecemos a...
Adolf mamón Hitler, con su pelo de emo kid de ensueño, colgando nuestras caras, haciéndonos indescriptiblemente indistinguibles los unos de los otros... O quizá simplemente soy una megalomaníaca.
REGINALD, SACA A LOS PERROS!!
Y además... ¿dónde está el dinero que me debes,CABRÓN?

lunes, 8 de septiembre de 2008

Tiempo


El tiempo pasa, a una velocidad increíble, ¿eh?


Foto: 27 de noviembre de 2005.



Y si últimamente no escribo, es porque no me da la gana.